La primera escaramuza fue el día de la inauguración. Los bikers se habían estado juntando sobre la base baja y cuando quisieron entrar, el Mosca los enfrento a los gritos. El sentimiento común en los skaters era: ¿por qué el día de la inauguración? Ese detalle era el quid del enojo, la causa de la furia, “lo que mostraba la mala intención”.
Cuando subían las conversaciones de tono y empezaban algunos empujones bajo el sol radioactivo de las 2 de la tarde, llego la policía.
Ese fue el denominador común de los todos los altercados del primer y segundo día.
Un borracho malo, la policía. Una banda de niños pesados, la policía. Un agresivo, la policía. Wachiturros ladrones, la policía.
En esta dirección es muy valorada la acción policial, discriminando entre actividades licitas e ilícitas y ayudando a los skaters a ganar el territorio, habiendo demostrado ellos ya su espíritu de cuerpo.
En este punto central de la ciudad se juegan fuerzas muy fuertes derivadas del comercio informal, los juegos de azar, la prostitución y los negocios relacionados con la nocturnidad y la venta de alcohol, pero también existe la delincuencia, el trafico de drogas y la trata, lo sabemos por los diarios.
Los skaters son plenamente conscientes del lugar de la ciudad que es asignado a la actividad, y donde seguramente se desarrollará gran parte de su vida y tiempo libre, y con agradecimiento y responsabilidad ciudadana toman la posta.
Con respecto a los curiosos; los skaters están aprendiendo a relacionarse con todos los que transitan por la corrida de arriba, la “avenida de los bordes”, donde el desfile continuo de los personajes de La Cava (ya sin su alfombrita roja) hace el enojo de los chicos.
Al segundo día, ya de noche, el gordo Walas todavía seguía sentado en un banco de la Plaza de las dunas. Y veíamos otra vez, como en el legendario Quicksilver, el trencito de cinco amigos, que a velocidad máxima recorrían toda la extensión del parque, fluyendo perfectamente por las ondulaciones de todas las bandejas.