A los ojos de los otros, la peor postal de Mar del Plata es una playa llena de carpas y sombrillas vacías en plena temporada, ocupando la arena que ellos no pueden, producto de las expectativas de dos o tres empresarios corporativos haciendo valer sus fuerzas sobre el desorientado y desatento estado municipal.
Obligados a usar la franja de arena húmeda, lugar de paso y no de estancia, solo pueden llevarse a sus lugares de residencia una colección de anécdotas surgidas de la lucha por el espacio, la promiscuidad social y los desaforados productos de las convenciones de emergencia que suplen las costumbres que ya no están.
Decepción es lo que sienten al no poder acceder a la playa naturalmente y ver que año a año la franja pública se achica, en pos de una nueva expectativa de negocio.
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